Silencio

Sucedió hace ya casi 40 años. En aquel momento, la investigación dictaminó que todo, había sido un terrible accidente. Pero sabed, que no fue así. El edificio se calcinó hasta los mismos cimientos, presa de unas llamas que no podían ser solo fruto de un montón libros ardiendo. Sin quererlo, nos habíamos tomado la justicia por nuestra mano con aquella malvada mujer. Si, malvada. Úrsula fue la bibliotecaria durante casi 50 años. Prácticamente desde que se inauguró la biblioteca.

Todos los chavales lo sabíamos. No era una buena persona. Era una mujer solitaria, agresiva, airada y siempre malhumorada. No le gustaba la gente, ni el contacto humano. Y mucho menos, la gente joven. Recuerdo perfectamente como nos gritaba en cuanto susurrábamos algo entre nosotros, o hacíamos el más mínimo ruido. Primero escuchábamos aquel “shhhhh” que no sé cómo, era capaz de emitir a un volumen ensordecedor. Si con esto no le parecía suficiente, se acercaba a nosotros y nos señalaba con aquel dedo índice, largo y huesudo, al tiempo que decía:

¡Silencio, pequeñas sabandijas! ¿Acaso no os educan en casa? No, seguro que no. Pero no os preocupéis. Yo os enseñare a comportaros.

Ninguno entendíamos por que se comportaba así. Recuerdo que los más pequeños, le tenían mucho miedo. De hecho, llegó un momento, que empezó a correr el rumor de que era una bruja.No entraré en muchos más detalles a partir de aquí. Es cierto que nunca pudimos probar que fuera ella mientras vivió. Y es cierto que aquella desgraciada noche, solo queríamos asustarla, pero ahora, muchos años después de todo aquello, sé que fue ella. Pensamos que, si la asustábamos, acabaría por marcharse. Un día, se nos ocurrió entrar por la noche en la biblioteca, y hacer ruidos, mover cosas, con la estúpida idea de que pensase que había fantasmas o algo así. Cosas de chavales, ya sabéis. Me acerqué sigilosamente hasta la esquina de una de las estanterías. Incliné un poco la cabeza y miré hacia su mesa. Allí estaba la bruja. Incluso cuando estaba sola, parecía enfadada. Tenía las luces apagadas. Solo la alumbraban un par de velas, que llevaba en un pequeño porta velas. Giré la cabeza hacia mis compañeros y susurré:

  • Allí está, chicos.

Volví a girar la cabeza para seguir vigilándola mientras mis amigos harían su parte. Pero mi sangre y todo mi cuerpo se congelaron al instante cuando me topé con su maldita y arrugada cara, a diez centímetros de la mía. No sé cómo había podido recorrer aquella distancia, en solo unos segundos y sin hacer el más mínimo ruido. La bruja sonreía, mientras me miraba. Su cara, estaba iluminada solo en parte, por la luz de aquella pequeña vela, que hacía mucho más terrorífico su aspecto. Entonces, acercó el dedo índice a sus casi invisibles labios, y como siempre, emitió aquel sonido que ahora me parece aterrador.

  • ¡Shhhhhhhhhhhhhhhhhh!

Todos gritaron menos yo, que tuve que contenerme para no manchar los pantalones. Mis compañeros echaron a correr en pánico, pero yo me quedé allí congelado durante casi un minuto. Fue cuando me agarró por una de las orejas cuando mi cuerpo reaccionó. La empujé tirándola al suelo y corrí tan rápido como pude sin mirar atrás. Cuando salí del edificio, no me detuve hasta llegar a mi casa. Entré en mi habitación, agarré un bate de beisbol y me quedé toda la noche acurrucado en una esquina del cuarto temblando.

Al día siguiente, los bomberos explicaron que tener velas en un edificio completamente repleto de papel, había sido un error mortal por su parte. No obstante, dijeron que la anciana, debía tener algo más allí. Que la fuerza y la intensidad de aquellas llamas, no había sido normal. Ni siquiera pudieron apagar el incendio. Simplemente, acordonaron la zona, hasta que todo ardió por completo. Estoy seguro de que todos tuvimos pesadillas pensando en aquella horrible noche. De hecho, aun las tenemos. No queríamos hacerle daño. Solo asustarla. Dios me perdone.

Diez años después, coincidiendo con el aniversario de la tragedia, apareció el primer chaval. Rafa. Era de los que siempre estaba montando follón. Úrsula tenía que llamarle la atención constantemente. Y él, simplemente, se burlaba de ella de forma cruel. “Vamos abuela, no es hora de tomar la pastilla”, “¿Por qué no vuelve a casa, a cuidar a sus ocho gatos?” — solía decirle. Yo casi no lo conocía. Estaba en otra clase. Era uno de esos que los profesores calificaban como “conflictivos”. Popular, deportista de élite y con unos padres forrados. Resumiendo, un completo imbécil. No obstante, no se merecía acabar así. Lo encontraron una mañana en el parque detrás de la biblioteca. No tenía ninguna marca, ni señal de abuso. Pero el gesto de su cara, fue algo que ninguno olvidamos jamás. Completamente pálido. Sus ojos, abiertos como platos y su boca totalmente desencajada en un gesto de horror. Era, como si hubiese muerto … de miedo. Pero lo más terrorífico, fue … que le habían … cortado la lengua. Dios mío. Han pasado casi 40 años, y me estremezco al recordarlo.

La policía comenzó a buscar a un asesino, a un psicópata, pero nosotros, inmediatamente, supimos quien había sido. Aquella maldita vieja bruja, en su obsesión por el silencio y el orden. Nosotros teníamos otra versión que por supuesto, no nos atrevimos a contarle a nadie. Por un lado, habían pasado ya, diez años de aquel terrible suceso y por otro, no queríamos revelar la verdad. Ahora ya éramos todos adultos, y posiblemente, acabaríamos en la cárcel por aquel crimen. Así que, no lo hicimos.

El siguiente en sufrir su ira, fue el pobre Alex. El chico apareció en un cine, casi en las mismas condiciones que el anterior. Marcas en las muñecas, latigazos, señales de haber sido abofeteado y sin parte de su lengua. Aunque él, estaba vivo, pero con un evidente shock, que había dejado en su cara, el mismo gesto de terror, que en la anterior víctima. Alex, nunca más, volvió a hablar. ¿Qué porqué sabía que era ella? Lo sabíamos. Reconocíamos aquel gesto de terror en las caras de nuestros pobres compañeros. El mismo terror que nos producía aquella bruja, cuando éramos solo unos niños. Durante unos años, me volví casi maniaco, y supongo que mis antiguos compañeros también. Vivía rodeado de crucifijos, biblias y objetos religiosos. Pasaba horas, estudiando libros sobre brujería y exorcismos, intentado buscar un remedio, por muy delirante que fuese. Objetos de hierro, agua bendita, kilos y kilos de sal … pero nada sirvió.

Marcos y su chica, se encontraban una noche, con el coche aparcado en un conocido mirador, a las afueras de la ciudad. Aunque está cerca del cementerio de la ciudad, muchos jóvenes los usan como “escondite” para disfrutar de esa pasión incontrolable de juventud. Ya sabéis a lo que me refiero. La pobre chica, que aun hoy en día no se ha recuperado, aunque al menos sobrevivió, contó que, en un momento dado, la radio del coche se apagó y todo se quedó en ese silencio casi total, que solo ofrece el campo. Cuando Marcos intentó arrancar, el coche no respondió. Entonces dijo:

  • Espero que no nos hayamos quedado sin baterí….

Pero solo un segundo antes de que hubiese acabado la frase, escuchó:

  • ¡SHHHHHHHHHHH!

El chico se quedó helado por un instante. Reconocía perfectamente aquel sonido. Sabía lo que pasaba. Todos lo teníamos grabado en lo más profundo de nuestro cerebro. Tragó saliva y volvió a intentar poner el coche en marcha. Ella comenzó a ponerse nerviosa y a preguntarle que le pasaba. Pero él, solo le contestaba susurrando una y otra vez:

  • Cállate, no digas nada. Por favor.
  • ¿Qué pasa Marcos?
  • ¡Silencio! —repetía él temblando.
  • ¡Shhhhhhhhhhhhhhhhh! —se escuchó otra vez.
  • ¿Qué es eso? —preguntaba ella.
  • ¡Silencio, maldita sea! —gritó Marcos, presa del pánico.

Entonces, apareció ante sus ojos. Allí estaba de pie, delante del coche. Ella pudo describirla perfectamente, antes de caer en un estado catatónico, fruto del estrés: Una mujer alta y delgada. De ojos grandes hundidos en su cara. De facciones y manos huesudas. Su ropa, y algunas partes de su piel, tenían profundas quemaduras. Era horrible, contaba la pobre chica. Las heridas aun humeantes y el olor …. Casi no podía hablar.

Nadie sabe cómo escapó. Incluso llegó a ser sospechosa del crimen, pero esto fue descartado más tarde. Marcos apareció a la mañana siguiente. No muy lejos de allí. Estaba pálido como la cera de una vela. Su cara, tenía una mueca de terror que ya habíamos visto antes, y como el resto, estaba lleno de cardenales, pero esta vez … no solo le habían cortado la lengua, si no que antes, según el doctor que lo examinó, le habían arrancado los dientes. Marcos, no sobrevivió a sus heridas. El resto, aunque lo intentaron, tampoco pudieron contarlo. Tras esto, algunas personas entre susurros, comenzaron a creer en Úrsula, la bibliotecaria.

Han pasado algunos años más. Y yo, escribo mi epitafio en silencio, ahora que se cuál es mi final. Aquí, sentado y rodeado de libros. En el reconstruido lugar, donde todo empezó. Dejaré de huir, y pagaré, mi condena. Espero con este correo, que por fin se sepa la verdad de lo sucedido aquella desafortunada noche. Solo me queda levantarme y decir mis últimas palabras en voz alta.

  • Aquí estoy, maldito demonio. Acaba con esta pesadilla. Algún día, nos veremos en el infier ….
  • ¡Shhhhhhhhhhhhhh!
  • ¡YIAHHH!

FIN

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